domingo, 16 de enero de 2011

Repensando la democracia

La historia de la democracia en España es tan corta en términos históricos que bien pudiera pensarse en el “gobierno del pueblo” como si de algo estático se tratara, como si después de una larguísima prehistoria no democrática previa a la II República, un paréntesis –dicho en términos figurados- interminable que tuvo su término casi cuarenta años después y la “restauración” de la democracia de los últimos treinta y cuatro -o treinta y cinco- años, hubiéramos llegado a una suerte de “punto final”, a un paraíso u oasis en el que vivir eternamente. Sin embargo, el “gobierno del pueblo” es algo dinámico, no estático, por lo que hay que estar repensándolo permanentemente, no vaya a ser que nuestra democracia se quede tan anquilosada como lo llegó a estar el viejo sistema liberal de la Restauración, cuya Constitución de 1876 sigue siendo la más longeva de la historia contemporánea de España, sí, pero también la más acartonada en su tracto final.

A nivel internacional se han ido planteando diferentes “modelos” de democracia posteriores al supuesto triunfo de la democracia liberal, la única y verdadera, tras la caída del Muro de Berlín (1989) y la implosión de la URSS (1991): desde la democracia deliberativa, hasta una variante de ésta que sería la autonomía democrática, por poner tan sólo dos ejemplos. Modelos, todos ellos, basados en los principios de racionalidad, moderación y ponderación de los ciudadanos, algo que desgraciadamente no siempre ocurre, tal y como se ha podido comprobar históricamente o como podemos ver un día sí y otro también.

Desde una perspectiva más casera, esto es, desde el ángulo del tensionado Estado-nación hispano, tensión que sufre tanto hacia arriba –Unión Europea y otros organismos internacionales– como hacia abajo –CCAA, ciudades y ciudadanos–, en los últimos años suele ser un tópico hablar de la partidocracia o “partitocracia”, lo cual, por una parte, puede ser peligroso –también históricamente la alternativa a los partidos políticos ha sido el partido único, bien fuera la Unión Patriótica de Miguel Primo de Rivera o FET y de las JONS del Caudillo y Generalísimo–, pero, por otra, incide en un aspecto sobre el que deberíamos reflexionar y que es la confusión que nos afecta muchas veces entre la militancia política y el partidismo, que considero que no es lo mismo. La cuestión es: ¿se puede estar afiliado a un partido político y no ser a la vez partidista? La respuesta tiene que ser afirmativa, pues el militante sigue siendo ciudadano, esto es, sigue aspirando a su autogobierno o autodesarrollo solidario, aparte de su condición profesional y privada. A partir de este razonamiento y de la antedicha propuesta de una democracia deliberativa, considero que ésta debería afectar no sólo a los ciudadanos y sus relaciones mutuas, sino también a sus representantes que deberían abandonar la política-espectáculo y tratar de abrazar el debate, la deliberación, el razonamiento lógico y la búsqueda de consensos a diferentes niveles. En caso contrario, continuará, e incluso se ampliará, el alejamiento del “pueblo” –más allá de lo que éste sea, que dejaremos para otro día– respecto a sus representantes y su aparente teatro del absurdo.

1 comentario:

  1. Buenos días Carlos:
    Sobre esto o asuntos cercanos venimos unos cuantos escribiendo en nuestras bitácoras. En la actualidad en España se ha instaurado una partitocracia que en el caso de la izquierda consiste en retroalimentación de los aparatos, salvo excepciones, y confundir/doblegar al afiliado tanto en cuenta que ya por mucho que se diga militante por aquí o por allá, éste se ha convertido en un mero "seguidor".
    Otro punto importante. Las primarias. Sin comentario.

    Un abrazo y visita http://blogsocialistasdelarioja.blogspot.com/

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