lunes, 18 de julio de 2011

Por una democracia más democrática

¿Entraña el título de este artículo un pleonasmo? A mi juicio, no, pues la democracia no es un sistema político estático que se alcanza en un momento histórico determinado y que luego no progresa ya nunca más, sino que, por el contrario, el gobierno de los ciudadanos –mejor que del pueblo, pues este concepto no deja de ser una entelequia– es una búsqueda continua de su calidad. La democracia es un continuo hacerse, no es un fin en sí mismo, es un camino.

El debate sobre la calidad de la democracia en general o sobre el carácter incompleto de la nuestra en particular no es nuevo, sino que a nivel mundial es consustancial a dicha idea desde su surgimiento hasta la actualidad y en el caso español tiene uno de sus hitos más cercanos, al menos desde una perspectiva intelectual, en el año 2002, fecha en la cual dos renombrados científicos-sociales (José Félix Tezanos y Vicenç Navarro) publicaron sendos libros que coincidían en una parte de sus títulos respectivos: la democracia española era una “democracia incompleta” sostenían ambos. El hecho de que los dos textos se editaran a mediados de la segunda legislatura de Aznar no es casual, pues es sabido que el entonces presidente del Gobierno vivía en la nube hipnótica de la mayoría absoluta obtenida en las elecciones generales de 2000. Parafraseando mordazmente unas palabras pronunciadas por él hace pocas fechas, la democracia parecía ser para Aznar una pérdida de tiempo.

Desde el 15 de mayo de este año, este debate ha vuelto a resurgir, promovido por un variopinto movimiento social cual es el de los “indignados”. Ciertamente, hay algunas afirmaciones hechas por algunos de sus miembros o portavoces reales o supuestos que merecen una severa crítica desde la nefanda “clase política”. Así, la identificación sin matices entre todos los “políticos” y la corrupción; la identificación abusiva entre el PP y el PSOE (el “PPSOE” o el “PPOE”), que habrían conformado una supuesta y abracadabrante “dictadura bipartita”; la calificación implícita de nuestra democracia como una democracia irreal frente a la que se alzaría la “democracia real” (¿sucedáneo del socialismo real, si se me permite la maldad?); y otra serie de simplezas que no dan para mucho en un debate serio entre unos políticos y otros, pues, ¿acaso los “quincemayistas” no hacen política? ¿O es que no se dan cuenta de ello?

A la inversa, algunas de sus proclamas a favor de una democracia de mayor calidad, por utilizar un término más académico que el de “real”, merecen de toda consideración: así, la reforma del sistema electoral para que sea más democrático, es decir, para que responda al principio de un hombre, un voto o, dicho con otras palabras más técnicas, para que sea fiel reflejo del principio sacrosanto en cualquier democracia cual es el de la igualdad política; el establecimiento de un límite máximo de ocho años a los que ostentan cargos políticos u orgánicos, que una vez más sería producto de la traslación a este ámbito de la igualdad política; el adelantamiento de la edad para poder votar a los 16 años, lo cual tiene una clara lógica histórica, si se repasa la evolución a lo largo de la contemporaneidad de los sistemas primero liberales y luego democráticos; una separación más nítida de los tres poderes clásicos de la democracia –ejecutivo, legislativo y judicial–, lo que, por supuesto, debería conllevar una mayor democratización de alguno de estos poderes; dar un papel mayor a la democracia directa frente a la representativa, lo que, sin embargo, implicaría resolver el problema de la articulación de ambas en un mismo sistema político; etcétera.

Para concluir, creo que desde posiciones progresistas, no sólo socialdemócratas, hay que iniciar un diálogo con este nuevo movimiento social para que entre todos podamos avanzar en la consecución de una democracia más democrática.


(Publicado en La Rioja el 31 de julio de 2011, p. 26)

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